Reflexiones pop: De la educación (Vol. 1).
Escrito por nuestra colaboradora.
Karoline
Hace un tiempo me encontraba
conversando con una conocida que entre quejas hacía referencia a que su hija
era una floja en la universidad, que no le gustaba, que tenía que estar detrás
de ella para que realizara las actividades (Sí, en la universidad) y esperaba
que, al yo estudiar Psicología, le diera algún consejo o, más bien, reprochara
la conducta de su hija. Porque sí, sucede mucho que por estudiar Psicología la gente te cuestione sobre qué hacer o busca tu
aprobación como validación a lo que plantean. Por supuesto, fiel al “depende”
que desde el primer momento tratan de introducir en nuestras venas, yo ni le di
recomendaciones psicoeducativas ni valoré la conducta de su hija.
Posteriormente, entre los cuentos
que siguieron a dicha conversación, me comenta como, cuando su hija no quería
hacer su tarea estando en primaria, ella tenía una herramienta lista (cuyo
nombre no recuerdo -y menos mal-) para “darle” cuando se “pusiera terca”,
mientras me dramatizaba todos los improperios que le gritaba, que iban desde “eres
un pedazo de mierda” hasta “eres una irresponsable”. Es en ese momento cuando
internamente unos postulados bastante simples pero consecuentes a la situación
vienen a mi cabeza. La protagonista del relato pudo haber relacionado la acción
de no hacer la tarea, y por lo tanto a todas aquellas acciones relacionadas con
la escuela, al miedo o dolor de recibir una paliza, y su acercamiento a este
ámbito deja de producirse entonces por verle un atractivo a la educación sino
como una evitación al dolor que le produce la violencia física y verbal a la
que se ve sometida si no lo hace. De forma consecuente, hoy, quizá estudia una
carrera por evitar esas consecuencias negativas de no hacerlo, cuando capaz no
le ve atractivo a la carrera que eligió y por eso hay que andar “persiguiéndola
para que cumpla”, o por eso “es floja”.
Y es que para mí este caso no es muy distinto (y me refiero a sus efectos/consecuencias) a que en bachillerato una persona se gane (já) un negativo por responder mal algún contenido o que un estudiante vaya a seccional porque su camisa está por fuera. ¿Qué tendría que ver esto último con estudiar? Pues todo. Los estudiantes terminan entonces asociando el ámbito educativo únicamente con elementos negativos (así somos, generalizadores probablemente de oficio) y esta, en la percepción del estudiante, se vuelve una cárcel. No lo invento, estuvo en el verbatum de mis compañeros por años, incluso el mío.
Imagínense este caso: para seguir la
regla de llevar la camisa por dentro, de forma intermitente, es decir de vez en
cuando, se le entregue un premio (atractivo para todos) a los estudiantes que
cumplan con dicha regla en vez de llevar a todos los que la incumplen a
castigos que probablemente ni si quiera les genere la sensación de castigo.
¿Cómo resultaría esto? Te aseguro que Bandura te tendrá una respuesta
brillante, y con base, a esta cuestión.
Ahora, y aquí quizá se halle el
núcleo de todo, cuando hablamos de un premio “atractivo para todos” es la
cualidad “atractivo” lo que quizá nos genera dolores de cabeza a la hora de
producir definiciones. Lo reforzante no es el refuerzo sino la percepción que
se tiene de él, y vete tú a saber la cantidad de premios que consideraríamos
refuerzos si no olvidamos la cantidad de percepciones individuales y todo esto
de que cada cabeza es un mundo.
Sin embargo, a mí se me ocurren
algunas cosas por hacer. Una de ellas es quizá dejar de llevarnos por lo
tradicional, dejar de ser tan conservadores y prepotentes y preguntarnos si
realmente los elementos que hemos introducido en nuestro sistema como “refuerzo”
y “castigo” son realmente lo que pretenden ser.
Yo siempre observé a los mismos compañeros ser llevados a seccional, por ejemplo, ¿Quizá eso podría tomarse como evidencia de que el castigo no está siendo efectivo? Y realmente obtener nota alta en un examen quizá no es tan atractivo, ¿A cuántas personas se les observa con el pasar de las pruebas unirse al bando de los que tienen notas sobresalientes sólo por lograr dicha nota?
Por otro lado, tenemos otra opción. ¿Qué
pasaría si nos enfocamos en investigar a profundidad los intereses y los
disgustos de las personas que tratamos de educar? Lleva tiempo y dedicación eso
de crear un grupo de refuerzos y castigos en común y que sean potencialmente
efectivos, claro, pero ¿Cuántos regaños se ahorraría el panel de profesores?
¿Cuántos dolores de cabeza menos para los padres? ¿Cuántas experiencias
negativas menos y positivas más se le generaría a los estudiantes en su escuela?
¿Cuánto se ahorraría en premios que realmente no son premios?
Lo cierto es que este sistema en el
que me he educado y sigo educando, tiene exigencias muy claras, por ejemplo,
que los estudiantes saquen buenas notas y sigan las reglas de la institución.
Pero a la vez no es justo, no conoce a su población, es impositivo y termina
generando rechazo hacia uno de los ámbitos que tiene más valor en la sociedad:
la educación.
Es que, supongo yo, es más sencillo
como institución, incluso como persona, adjudicarle rasgos a quien de forma impositiva
estás tratando de influenciar, “es que yo no soy el que falla, es el alumno el
que es un flojo, un rebelde, no tiene cabeza, no es responsable”. Es más
sencillo tener preparada el arma para quien por X o Y razón se sale del
lineamiento en vez de ganarse la reputación de institución que sirve de
contención para la razón de dicha “desviación”.
Quizá el puesto de la misma
institución, de poderío y autoridad, no le permite cuestionarse sus propias
prácticas y evaluar con base sus propias decisiones. Porque tal vez apuestan a que
el único trabajo del psicólogo consiste en reparar el problema del estudiante
que no obtiene buenas notas, en vez de adjudicarle también la función, junto al
docente y demás, de ayudar a construir un ambiente estudiantil lo suficientemente
atractivo como para que las notas no sean siquiera un problema a mencionar.
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